MI ARBOL DE GUASIMO
Cerca de mi casa en lagunillas de Mérida, Venezuela creció y se desarrolló un guásimo, con tiempo centenario, estaba allí cuando nací en la cabaña de techo con paja y de piso de tierra apisonada, permaneció en mi juventud y aun en mi adultez.
El guásimo (guazuma ulmifolia) es un árbol perteneciente a la familia Sterculiacea difundido desde México hasta Paraguay, es de porte medio y puede alcanzar una altura entre 12 - 20 metros, su copa es redondeada y extendida alcanzando hasta 10 metros de diámetro, es de crecimiento rápido y permanece siempre verde, con hojas simples alternas u ovaladas. Las flores son pequeñas de color amarillo y se agrupan en panículas, los frutos son cápsulas verrugosas y de pulpa dulzona apetecidas como alimento por los bovinos y porcinos. Crece de los 0 - 1200 msnm, con precipitaciones de 700 - 1500 mm/año, tolera todo tipo de suelos con buen drenaje y pH mayor a 4.5.
Mi guásimo tenía dos metros de diámetro, con la característica particular que tenía poca longitud entre el suelo y el inicio del conjunto de ramas que conformaban la copa, poseía rugosidades y cavidades que me permitían a mis seis años escalarlo; la copa se formaba al finalizar el tronco con varas anchas, largas, gruesas y fuertes, las que a su vez se dividían en ramas secundarias y así sucesivamente.
Para mi fértil imaginación, con energía inagotable, fuerte carácter individual y curiosidad este espécimen vegetal trascendía de lo simple a lo complejo, el árbol cambiaba todos los días de función, era algo así como transconceptual, subreal en las posibilidades en que se adaptaba y adoptaba a formas y modos que se adecuaban a las fantasías que mi niñez creaba.
El árbol creció en un lugar privilegiado del pueblo, en la calle la Alameda es como una especie de Central Park en Lagunillas, conformado por un área de diez metros de ancho, por doscientos metros de largo, allí crecían especies de plantas aclimatadas a la condición semidesértica del lugar: cujíes, castañetos, acacias, samanes, apamates, algunos crecían a lo largo de la calle de la Alameda; se encontraban matorrales de diversa clase; se conseguían piedras de varios tamaños, formas, colores y origen; había diversos especies de fauna: lagartijas, tutecas, insectos, mariposas, grillos, bachacos, cochinillas, culebras; aves: cucaracheros, palomas, azulejos; en ese parque el Concejo Municipal construyó la capilla en honor a la Virgen de Coromoto, a la gruta se accedía por una amplia escalera de dos metros de ancho y con quince peldaños de altura, la imagen de la virgen posee tamaño de un metro de altura.
Todavía recuerdo los olores, colores, imágenes, ruidos e historia que principalmente los sábados y domingos se agolpaban y concentraban en y entorno a mi guásimo, porque los campesinos que visitaban el pueblo para las compras y asistir a misa dominical, de paseo amarraban las bestias con las que se transportaban a la sombra y seguridad del guásimo: burros, caballos, machos, mulas, vacas, bueyes impregnaban el ambiente con los olores de la orina y el estiércol, desde muy temprano oía el trajín de los arreos de mulas, algunos hasta con ocho bestias cargadas con los frutos que provenían de lugares aledaños y otros de campos distantes: La Calera, Los Curos, La Loma de La Mora, páramo del Tambor, la Trampa; los agricultores traían: caraotas, arbejas, habas, apio, papa, panela, cambures, queso, mantequilla, auyamas, malangá, de regreso cargaban provisiones de alimentos para sus familias, sal, alimento para animales, fertilizantes, herramientas entre otros.
El carácter jovial y risueño de la gente del campo se manifestaba en su permanente risa, la alegría, los comentarios jocosos, las anécdotas vívidas de lo que les ocurría en sus correrías por los senderos, las leyendas y mitos a los que les agregaban la exageración propia de los campesinos haciendo el mejor esfuerzo para hacerlas creíbles y veraces.
Portaban ropa elaborada con tela de kaki color beig o blanco, el pantalón suelto y la chaqueta del mismo color, debajo de ella generalmente vestían franela blanca, los que se podían dar el lujo usaban sombrero de pelo de guama, mancornas de oro y plata, el liquiliqui que así se denomina este traje, que es la vestimenta típica de la nación y que ellos portaban con orgullo y donaire; usaban botas con espuelas algunas de oro o plata; usaban látigo o bastón de arreo, elaborado a partir de la verga del toro, forrado con cuero. Alrededor de la cintura llevaban ancha correa o fajina que contenían compartimientos para guardar el dinero, se veían en las transacciones las morocotas, los pesos de plata, el fuerte de plata; en la pretina se asomaba la puñaleta de acero con treinta centímetros de largo que utilizaban con destreza como arma de ataque y defensa. Unos bebían el miche callejonero obtenido de la destilación clandestina de la caña panelera; otros consumían el chimo criollo; también estaban los que fumaban cigarrillos de tabaco aliñado preparados por ellos en la medida en que charlaban.
Las mujeres vestían faldas de tela multicolores y estampadas, anchas y largas que les llegaban hasta más debajo de las rodillas otras hasta los tobillos, usaban blusas que se cerraban en el cuello, muy pocas mostraban los hombros, la cabeza la protegían con pañuelos amarrados en la quijada y sobre este, el sombrero elaborado con fibra de fique, muy usado en los andes merideños; algunas usaban alpargatas finamente elaboradas sobre una lámina de suela gruesa o de caucho cortado de neumáticos de vehículos a la que se le incrustaba la capellada, que era un tejido con hilo grueso finamente tejida de uno solo o varios colores, el calzado muy fresco y económicas que satisfacían las necesidades de calzado de la población de menor recurso económico.
Allí estábamos mi árbol y yo, presenciando la historia y la cultura de mi pueblo, trepaba la planta y recorría las amplias avenidas de sus fuertes ramas, que contenían un mundo, que habitaban el vegetal; varias especies de hormigas, gusanos que se alimentaban de las hojas, lagartijos que consumían hormigas; pájaros que se alimentaban de insectos y gusanos, de las semillas de las frutas; algunas anidaban aprovechando lo frondoso de la copa, me desplazaba siempre con una mano agarrada a una rama, me desplazaba caminando, de rodilla, sobre las nalgas para tomar una fruta si estaba madura y frutas verdes para lanzarlas a mis amigos cuando jugábamos el quemado; en algunas ramas las aves anidaban por lo que estaba pendiente de los huevos y de los pichones, sin tocarlos para evitar que los reproductores los aborrecieran y los abandonaran. El árbol se convertía en mi nave espacial, con la que me transportaba por el espacio sideral, de planeta en planeta hasta que mi nona me sacaba de mis ensueños para llevarme a casa a la hora del almuerzo.
Cerca de mi casa en lagunillas de Mérida, Venezuela creció y se desarrolló un guásimo, con tiempo centenario, estaba allí cuando nací en la cabaña de techo con paja y de piso de tierra apisonada, permaneció en mi juventud y aun en mi adultez.
El guásimo (guazuma ulmifolia) es un árbol perteneciente a la familia Sterculiacea difundido desde México hasta Paraguay, es de porte medio y puede alcanzar una altura entre 12 - 20 metros, su copa es redondeada y extendida alcanzando hasta 10 metros de diámetro, es de crecimiento rápido y permanece siempre verde, con hojas simples alternas u ovaladas. Las flores son pequeñas de color amarillo y se agrupan en panículas, los frutos son cápsulas verrugosas y de pulpa dulzona apetecidas como alimento por los bovinos y porcinos. Crece de los 0 - 1200 msnm, con precipitaciones de 700 - 1500 mm/año, tolera todo tipo de suelos con buen drenaje y pH mayor a 4.5.
Mi guásimo tenía dos metros de diámetro, con la característica particular que tenía poca longitud entre el suelo y el inicio del conjunto de ramas que conformaban la copa, poseía rugosidades y cavidades que me permitían a mis seis años escalarlo; la copa se formaba al finalizar el tronco con varas anchas, largas, gruesas y fuertes, las que a su vez se dividían en ramas secundarias y así sucesivamente.
Para mi fértil imaginación, con energía inagotable, fuerte carácter individual y curiosidad este espécimen vegetal trascendía de lo simple a lo complejo, el árbol cambiaba todos los días de función, era algo así como transconceptual, subreal en las posibilidades en que se adaptaba y adoptaba a formas y modos que se adecuaban a las fantasías que mi niñez creaba.
El árbol creció en un lugar privilegiado del pueblo, en la calle la Alameda es como una especie de Central Park en Lagunillas, conformado por un área de diez metros de ancho, por doscientos metros de largo, allí crecían especies de plantas aclimatadas a la condición semidesértica del lugar: cujíes, castañetos, acacias, samanes, apamates, algunos crecían a lo largo de la calle de la Alameda; se encontraban matorrales de diversa clase; se conseguían piedras de varios tamaños, formas, colores y origen; había diversos especies de fauna: lagartijas, tutecas, insectos, mariposas, grillos, bachacos, cochinillas, culebras; aves: cucaracheros, palomas, azulejos; en ese parque el Concejo Municipal construyó la capilla en honor a la Virgen de Coromoto, a la gruta se accedía por una amplia escalera de dos metros de ancho y con quince peldaños de altura, la imagen de la virgen posee tamaño de un metro de altura.
Todavía recuerdo los olores, colores, imágenes, ruidos e historia que principalmente los sábados y domingos se agolpaban y concentraban en y entorno a mi guásimo, porque los campesinos que visitaban el pueblo para las compras y asistir a misa dominical, de paseo amarraban las bestias con las que se transportaban a la sombra y seguridad del guásimo: burros, caballos, machos, mulas, vacas, bueyes impregnaban el ambiente con los olores de la orina y el estiércol, desde muy temprano oía el trajín de los arreos de mulas, algunos hasta con ocho bestias cargadas con los frutos que provenían de lugares aledaños y otros de campos distantes: La Calera, Los Curos, La Loma de La Mora, páramo del Tambor, la Trampa; los agricultores traían: caraotas, arbejas, habas, apio, papa, panela, cambures, queso, mantequilla, auyamas, malangá, de regreso cargaban provisiones de alimentos para sus familias, sal, alimento para animales, fertilizantes, herramientas entre otros.
El carácter jovial y risueño de la gente del campo se manifestaba en su permanente risa, la alegría, los comentarios jocosos, las anécdotas vívidas de lo que les ocurría en sus correrías por los senderos, las leyendas y mitos a los que les agregaban la exageración propia de los campesinos haciendo el mejor esfuerzo para hacerlas creíbles y veraces.
Portaban ropa elaborada con tela de kaki color beig o blanco, el pantalón suelto y la chaqueta del mismo color, debajo de ella generalmente vestían franela blanca, los que se podían dar el lujo usaban sombrero de pelo de guama, mancornas de oro y plata, el liquiliqui que así se denomina este traje, que es la vestimenta típica de la nación y que ellos portaban con orgullo y donaire; usaban botas con espuelas algunas de oro o plata; usaban látigo o bastón de arreo, elaborado a partir de la verga del toro, forrado con cuero. Alrededor de la cintura llevaban ancha correa o fajina que contenían compartimientos para guardar el dinero, se veían en las transacciones las morocotas, los pesos de plata, el fuerte de plata; en la pretina se asomaba la puñaleta de acero con treinta centímetros de largo que utilizaban con destreza como arma de ataque y defensa. Unos bebían el miche callejonero obtenido de la destilación clandestina de la caña panelera; otros consumían el chimo criollo; también estaban los que fumaban cigarrillos de tabaco aliñado preparados por ellos en la medida en que charlaban.
Las mujeres vestían faldas de tela multicolores y estampadas, anchas y largas que les llegaban hasta más debajo de las rodillas otras hasta los tobillos, usaban blusas que se cerraban en el cuello, muy pocas mostraban los hombros, la cabeza la protegían con pañuelos amarrados en la quijada y sobre este, el sombrero elaborado con fibra de fique, muy usado en los andes merideños; algunas usaban alpargatas finamente elaboradas sobre una lámina de suela gruesa o de caucho cortado de neumáticos de vehículos a la que se le incrustaba la capellada, que era un tejido con hilo grueso finamente tejida de uno solo o varios colores, el calzado muy fresco y económicas que satisfacían las necesidades de calzado de la población de menor recurso económico.
Allí estábamos mi árbol y yo, presenciando la historia y la cultura de mi pueblo, trepaba la planta y recorría las amplias avenidas de sus fuertes ramas, que contenían un mundo, que habitaban el vegetal; varias especies de hormigas, gusanos que se alimentaban de las hojas, lagartijos que consumían hormigas; pájaros que se alimentaban de insectos y gusanos, de las semillas de las frutas; algunas anidaban aprovechando lo frondoso de la copa, me desplazaba siempre con una mano agarrada a una rama, me desplazaba caminando, de rodilla, sobre las nalgas para tomar una fruta si estaba madura y frutas verdes para lanzarlas a mis amigos cuando jugábamos el quemado; en algunas ramas las aves anidaban por lo que estaba pendiente de los huevos y de los pichones, sin tocarlos para evitar que los reproductores los aborrecieran y los abandonaran. El árbol se convertía en mi nave espacial, con la que me transportaba por el espacio sideral, de planeta en planeta hasta que mi nona me sacaba de mis ensueños para llevarme a casa a la hora del almuerzo.
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